En 1977, desesperadas por el secuestro de sus hijas e hijos a manos de la dictadura, un grupo de madres de desaparecidos fundó Madres de Plaza de Mayo. En ese mismo año un grupo de abuelas que buscaba a sus nietas y sus nietos apropiados creó Abuelas de Plaza de Mayo.

Madres y Abuelas, junto con organismos de derechos humanos como el CELS y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, muy pronto recibieron la solidaridad internacional. Coordinaron acciones de denuncia en todo el mundo con personas del exilio argentino y con dirigentes humanitarios y políticos sensibles ante el genocidio argentino.
Así lograron, por ejemplo, que en 1979 visitara la Argentina la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. La CIDH escuchó los relatos de las familias y los transmitió al mundo. Y entonces el cerco de silencio que buscaba la dictadura terminó de romperse para siempre.

Desde 1983 los gobiernos democráticos argentinos recogieron esa herencia de trabajar fronteras adentro y fronteras afuera. Adhirieron a los pactos internacionales de derechos humanos. La Constitución de 1994 incorporó los tratados humanitarios. La Argentina se hizo promotora de importantes convenciones como la de Desaparición Forzada de Personas y presentó al mundo sus políticas de Memoria, Verdad y Justicia. La identidad simbolizada por las Madres y las Abuelas se convirtió en uno de los ejes de nuestra diplomacia. Por eso no es casualidad que la Argentina fuera elegida para presidir el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en el período de 2022.